Fuente: recopilación de Vortexmag · Siete lisboa · AbsolutViajes Portugal
El azulejo ha sido aplicado, a lo largo de los siglos, en una amplia área geográfica. En Portugal se ha usado sin interrupción desde finales del siglo XV pero, de una forma muy específica, en la Arquitectura y en las diferentes manifestaciones artísticas. La multiplicidad de técnicas y el elevado número de azulejos que todavía permanecen aplicados in situ, un poco por todo el país, son indicadores claros de la importancia de este patrimonio en Portugal. Lisboa no es una excepción, puesto que son muchos los lugares con revestimientos de azulejos que pueden ser visitados, y que reflejan tanto la Historia de la producción del azulejo en Portugal como también la de la aplicación de ejemplares importados.
Dondequiera que esté en Portugal, resulta difícil no encontrárselos. Los azulejos portugueses recorren estilos y lenguajes de todos los tiempos, y llenan de color cualquier paseo o visita. Al-zuleique es la palabra árabe de la que se deriva azulejo y designaba la «pequeña piedra lisa y pulida» que utilizaban los musulmanes en la Edad Media. La forma en la que estos aplicaban los azulejos para decorar suelos y paredes gustó a los reyes portugueses y así, a partir del siglo XV, se hicieron con un lugar destacado en la arquitectura. Se puede decir que Portugal los adoptó de forma única, como ningún otro país europeo.
El término azulejo proviene de lapislazuli, que es una piedra azul semipreciosa. La palabra azul dio lugar a zulej, que significa pulido. En la Península Ibérica, fue introducido por los árabes. Al principio, se fabricaban con la técnica del alicatado, que unía piezas monocromas de barro vidriado recortadas de forma geométrica. Más tarde, se utilizó la denominada cuerda seca, en la que un cordón de aceite separaba los diferentes esmaltes. Estos, una vez fundidos, proporcionaban un color más oscuro.
El azulejo plano o italiano fue introducido en España por Nicolás Pisano que, a mediados del siglo XVI, empieza a fabricarlo en Sevilla, reproduciendo dibujos y figuras geométricas. Esta nueva técnica, mucho menos costosa que las anteriores, comienza a tener eco en Manises, Talavera de la Reina y Cataluña, donde se inicia la produción a gran escala. La iglesia tuvo mucho que ver en la expansión de estos azulejos, pues las fachadas y los frisos de sus templos fueron profusamente decoradas con revestimientos cerámicos. Durante el siglo XVII, se produce un auténtico florecer del azulejo y el gusto por ellos permite que palacios y casas nobles tengan sus zócalos totalmente recubiertos con esta técnica. Lisboa y Coimbra, importantes centros del estilo manuelino, fomentaron la azulejería. Mientras, en Rota da Luz, donde se levantan los concejos de Aveiro, Estarreja y Ovar, a finales del siglo XIX y principios del XX, comenzó a utilizarse el revestimiento cerámico en fachadas urbanas, con gran profusión de motivos.
A mediados del siglo XVI aparecen en Lisboa los primeros talleres de artesanos. Hasta entonces habían llegado desde España de la mano de Manuel I, gran admirador de los palacios hispano-árabes, que hizo cubrir de bellísimos azulejos los muros de su palacio de Sintra. Pero el país luso (de habla portuguesa) también recibiría encargos llegados desde Holanda. La influencia holandesa va a ser decisiva, como veremos, en la personalidad del azulejo portugués. Los azulejos dejaron de importarse una vez que se impulsó la producción nacional en tierras lusas. A diferencia de España, el azulejo portugués goza de todo un diseño barroco en el que predomina, fundamentalmente, el azul inspirado por los perfiles talaveranos, las influencias de la cerámica china y la azulejería holandesa de la ciudad de Delft.
Durante mucho tiempo, el azulejo fue utilizado en el interior de los edificios y sólo puntualmente en el exterior. A mediados del siglo XIX “invadió” las ciudades, siendo aplicado en las fachadas de los edificios, en consonacia con el uso de otros elementos de cerámica como macetas, estatuas, etcétera. Las fachadas urbanas se transformaron, entonces, en largas paredes cerámicas. Las calles de Lisboa están repletas de ejemplos de esa época, que se prolongó hasta el siglo XX. Los catálogos de las fábricas inglesas y belgas, junto con motivos del modernismo (Arte Novo) de influencia belga, holandesa y alemana, tuvieron un gran peso en las industrias portuguesas, al servir de inspiración para la creación de sus propios catálogos.
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